miércoles, 8 de junio de 2011

Una Cama Vacía

Esa noche tardó horas en quedarse dormido. En la otra cama, a su derecha, su compañero de habitación no cesaba de gemir. Lo había escuchado así durante todo el día. Por momentos hasta había sentido lástima del pobre viejito, algo de compasión, y hasta tres veces había llamado él mismo a las enfermeras para avisarles de sus quejidos, temiendo a veces, lo peor.
Pero por momentos llegó, sin embargo, a avergonzarse de sus míseros pensamientos, ante una enfermedad terminal como la del viejo. Y, aunque le incomodaban esas manifestaciones de dolor del enfermo, creía que no eran sinceras y, que en el fondo, el viejo solo intentaba llamar la atención.
En otros momentos, llegó hasta alegrarse de que, aunque enfermo e internado también, él estaba en mejores condiciones de salud que su compañero de habitación; y esto era evidente. Pero también se avergonzaba ahora de haber pensado así.
Lo dicho, esa noche, mareado de tantas deliberaciones internas, tardó mucho tiempo en quedarse dormido. Cuando se despertó, en la mañana, la otra cama, frente a él, estaba ya vacía.

La Palabra Arriesgada

Palabra es la primer palabra. Un impulso que explota, compone la primer linea. Un poema es, en definitiva, una jugada arriesgada. E incapaz, a veces, el verso, de transmitir lo que siento; ese festival de besos tuyos que danza en mi interior. Una música sin tiempo, jamás oída, y jamás bailada. Acordes que interpretan a la perfección, mis ganas de ti. Sobre la llama eterna giramos, de la mano, tu y yo. Fundidos en un tacto divino, y mientras una rosa niña refleja la cara mas melancólica de la luna, una sombra de locura triste engulle, en silencio, esta noche ideal. Pausado el instante, los dioses discuten la jugada. Aturdida su atención en el ritmo de nuestros pasos, caen impotentes ante la huella de un soñador. Ante el anhelo de aquellos que trabajan por el ocaso de una llama viviente, el refugio sigue siendo permanecer, habitar en la magia. Perpetuar la mística, aun sin la promesa de una salvación.

sábado, 1 de enero de 2011

Portal 22

Hace horas que deambula, o quizás días, meses, tal vez toda una vida...
Las semejanzas entre los caminos que ha pisado confunden sus pasos, y él termina por olvidarlo todo.
Sin sorpresas a lo largo de la geografía olvidada de sus huellas, todo se diluye ante la fugacidad incontestable del tiempo presente.
Pero alguna fuerza misteriosa, desconocida aún, lo ha detenido hoy ante el portal 22 de esta callecita tan silenciosa y lúgubre.
Serpentea el camino hacia arriba, mientras su mirada se enreda en el caos interminable que pintarrajean cientos de prendas colgando de los balcones.
Un viento de otro tiempo sopla su eterna verdad, apartando sábanas y camisas hasta dejar al descubierto la inmensa luna solar que domina la escena desde lo alto.
Las piernas ya casi no lo tienen en pie, y un cansancio de siglos arquea su cuerpo hacia abajo, y vence.
Ahora yace en el suelo, sobre la incomodidad de los adoquines y envuelto en al tufo a orin acumulado tras décadas de paseantes, perros y prostitutas.
Una simbiosis que le atravieza el alma vieja, tan sucia y putrefacata como un cajón con pescado de ayer.
El abandono se hace presente y la soledad le patea los dientes. La herida, que no sangra ya, se abre un poco más, y supura el castigo merecido. Y aunque no recuerda los pecados, sabe que debe pagar, y llora.
Una desesperación nueva lo ahoga sin piedad y un aullido de terror le quiebra la garganta. Suda, y chorros de un liquido viscoso y verde-oscuro cubren su piel, mutando en gusanos dentados del tamaño de un pulgar mutilado que comienzan a roerle las rodillas.
La posicion fetal ya no lo salva... cuando se ha vivido tan lejos de toda religión, no hay salvación que llegue a tiempo, y es muy tarde ya...
Estira un brazo, el que le queda, ajeno, leproso y podrido ya, hasta tocar la puerta, la del numero 22. No hay más fuerzas ya que para un solitario sonido sordo, o un hilo de voz … y cae.
Con el rabillo del ojo que le queda, debajo de un parpado destrozado e inútil ya, alcanza a divisar la blancura de una mano tierna que abre la puerta… justo un instante antes de que un perro salvaje le inque sus colmillos…
Concavidad vacía y fatal donde la gélida lágrima esperada comienza a fundirse con la sangre hirviente del nectar final, y parte al fin.