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martes, 24 de julio de 2012

Sueño y Vigilia


El poema no es otra cosa que un sueño
que se realiza en la vigilia.
El despertar es casi siempre
una desilusión”

T. Transtörmer



¿Es posible caer "enfermo de desilusión"? ¿Sufrir alguna patología asociada a un desencanto por lo cotidiano? Releo ambas preguntas y me acuerdo de Weber y de sus postulados filosóficos al respecto, de su famoso Disillusioned Realism. Pienso en aquellos que sólo logran ser felices en sus propios sueños; en la cama, mientras duermen, o durante el día, en esos momentos en que desearían habitar en la piel de otros; situaciones ambas por donde intentan evadirse del mundo que habitan, sin darse cuenta que es posible cambiar la realidad que los rodea y les transmite infelicidad, que no hace falta escapar de aquí, retirarse a soñar, o cambiar de mundo, sino alterar la percepción que de éste tenemos durante la vigilia, mientras estamos bien “despiertos”, y de esta manera, cambiar el mundo en que vivimos.

─¿Cómo?─preguntarán muchos.
─¡Muy fácil!─ responderán otros, si los primeros saben a quién preguntar.

Sólo es necesario, eso sí, cierto entrenamiento en el arte y el dominio de los sentidos; portal por donde ingresa en nuestro espíritu todo aquello que la realidad nos ofrece a diario, hasta lo más insignificante o rutinario, y que encierra el verdadero potencial del “sueño”, la materia de la cual están echos, ellos y nosotros; (Shakespeare: We are such stuff as dreams are made).

Como sentenció W. Blake, If the doors of perception were cleansed every thing would appear to man as it is, infinite” (Si las puertas de la percepción fueran abiertas, cada cosa se le aparecería al hombre tal cual es, infinita). Entonces, ¿por qué limitar y desperdiciar esa capacidad de percepción que poseemos, esa posibilidad de contemplar la realidad de manera “limpia”, tal cual es?¿por qué practicarla sólo durante unos fugaces instantes de nuestro día, o entregarnos a ella sólo en las noches, al sumergirnos bajo las sábanas?

Debemos ser consientes de esta capacidad de “soñar” despiertos, de transformar la vigilia en el mundo de nuestros sueños; saber que es posible llevarla a cabo en cada instante de nuestra humana y acotada existencia, aniquilando así aquella desdicha que provoca el desencanto de la realidad, esa desilusión que surge sólo cuando lo que percibimos ─a través de nuestra mirada “ciega” o mal entrenada o de nuestros sentidos adormecidos─ no se corresponde con lo que soñamos y deseamos vivir.

Sólo de la ilusión puede surgir la desilusión, dice un viejo proverbio indio. R. Kiplyng matiza en su novela “Kim”: Todo deseo es ilusión y una ligadura más que nos ata a la rueda.

Concluyendo; no puede ser saludable para ningún espíritu humano vivir sumergido en una amargura existencial, provocada por la eterna desilusión que suscita la falta de concordancia entre los deseado, por un lado, y lo vivido día a día, por el otro. Este desencanto puede ser darse, principalmente, por dos motivos: por desear lo ilusorio, víctimas de la manipulación de los deseos por parte los grandes “marketineros” actuales (maestros en el arte de “inventar” deseos o necesidades y, por lo tanto, conductas, obsesiones, y, en definitiva, enfermedades), o por el desconocimiento de las posibilidades de resolver esa sensación de vacío por medio del entrenamiento de nuestras capacidades, de nuestros sentidos, para abrir las puertas de nuestra percepción, dejando entrar la realidad tal cual es, íntegra y total, Universal, e infinita.

Soñar en la vigilia, sin la necesidad de escribir el poema; con sólo sentirlo basta para disolver la angustia y el vacío. Extender lo soñado hasta más allá de la vigilia, hasta rozar el límite mismo del otro sueño, al borde de la cama. Ir transformando lentamente lo cotidiano, la vida, en una fantasía maravillosa y larga, hasta que llegue, sin darnos cuenta siquiera, de día (o  en la noche), el instante final del sueño eterno.