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lunes, 20 de junio de 2011

Conversaciones con el Duende

Juguemos con las palabras - me dijo el duende - no te detengas a pensar, y no se vale corregir.
La invitación sonó a desafío, pensé, y un guante blanco me abofeteó en la izquierda, y desapareció. Una sonrisa ahogada delató al duende, que cayó en redondo, sin tiempo de arrojar un ancla, sin poder impedir la caída de una flor. El mar se detuvo en la orilla, sin ánimo de avanzar. Un nombre tallado en la arena, saudade, se puso de pie, y se arrodilló. Frente al océano infinito él también calló sus culpas, mientras el horizonte lejano alzó una línea al cielo y señaló. Nubes con rostros tuyos, llovían en deseos pasados, poblando un suelo virgen sin tiempo recobrado. Cesó súbitamente el aguacero, y todos los senderos fueron borrados de la faz de la tierra. En un desierto sin nombre, una semilla al viento no arribará en flor. Las piedras ríen muy lento, el tiempo espera para actuar que se descifre el grano de arena. ¿En verdad cabe un mundo en la palma de esta mano? Cabe también, en un suspiro final, al contemplar un río en silencio desde la altura del último puente. Los duendes pueden volar, y esa es su desventaja. Si existe grandeza en la altura, reside en la imposibilidad de permanecer allí.. Hay otoño en la caída, y toda compañía hoy viene con vencimiento oscuro. Los ocres resaltan el paisaje, anidan en la espada, y oxidan los huesos y las naves. Una mano sobre la otra dan cuerda al reloj. Un viaje espera por ti, detenido en el muelle.