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viernes, 22 de julio de 2011

Un Cuento de Navidad

"Fue en el verano del setenta y dos —dijo. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético...

...al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre...

Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.
Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carnet de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podría haber llamado a la poli, perop me dió pena...

Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o abuela...

Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer.

...y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente...

Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio.

Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es..

  —¿Eres tú, Robert? —dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.
   Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.
   —Sabía que vendrías, Robert —dice—. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.
   "Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.
   Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.
   —Está bien, abuela Ethel —dije—. He vuelto para verte el día de Navidad.
   No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.

Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas.Aquella mujer sabía que yo no era su nieto. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.
Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos...

Al cabo de un rato, empecé a tener hambre... Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas.

Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño ... entro y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de seis o siete cámaras...

Deduzco que eso es obra del verdadero nieto... ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo.

en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo..

Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.

—¿Volviste alguna vez?
—Una sola. Me sentía tan mal por haber robado la cámara. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí.
—Probablemente había muerto.
   —Sí, probablemente.
   —Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.
   —Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.
   —Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.
   —Le mentí y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.
   —La hiciste feliz.

Paul Auster.