sábado, 1 de enero de 2011

Portal 22

Hace horas que deambula, o quizás días, meses, tal vez toda una vida...
Las semejanzas entre los caminos que ha pisado confunden sus pasos, y él termina por olvidarlo todo.
Sin sorpresas a lo largo de la geografía olvidada de sus huellas, todo se diluye ante la fugacidad incontestable del tiempo presente.
Pero alguna fuerza misteriosa, desconocida aún, lo ha detenido hoy ante el portal 22 de esta callecita tan silenciosa y lúgubre.
Serpentea el camino hacia arriba, mientras su mirada se enreda en el caos interminable que pintarrajean cientos de prendas colgando de los balcones.
Un viento de otro tiempo sopla su eterna verdad, apartando sábanas y camisas hasta dejar al descubierto la inmensa luna solar que domina la escena desde lo alto.
Las piernas ya casi no lo tienen en pie, y un cansancio de siglos arquea su cuerpo hacia abajo, y vence.
Ahora yace en el suelo, sobre la incomodidad de los adoquines y envuelto en al tufo a orin acumulado tras décadas de paseantes, perros y prostitutas.
Una simbiosis que le atravieza el alma vieja, tan sucia y putrefacata como un cajón con pescado de ayer.
El abandono se hace presente y la soledad le patea los dientes. La herida, que no sangra ya, se abre un poco más, y supura el castigo merecido. Y aunque no recuerda los pecados, sabe que debe pagar, y llora.
Una desesperación nueva lo ahoga sin piedad y un aullido de terror le quiebra la garganta. Suda, y chorros de un liquido viscoso y verde-oscuro cubren su piel, mutando en gusanos dentados del tamaño de un pulgar mutilado que comienzan a roerle las rodillas.
La posicion fetal ya no lo salva... cuando se ha vivido tan lejos de toda religión, no hay salvación que llegue a tiempo, y es muy tarde ya...
Estira un brazo, el que le queda, ajeno, leproso y podrido ya, hasta tocar la puerta, la del numero 22. No hay más fuerzas ya que para un solitario sonido sordo, o un hilo de voz … y cae.
Con el rabillo del ojo que le queda, debajo de un parpado destrozado e inútil ya, alcanza a divisar la blancura de una mano tierna que abre la puerta… justo un instante antes de que un perro salvaje le inque sus colmillos…
Concavidad vacía y fatal donde la gélida lágrima esperada comienza a fundirse con la sangre hirviente del nectar final, y parte al fin.